Mi viaje por el mundo...

sábado, septiembre 23, 2006

Dios ve la verdad pero no la dice cuando quiere

Parte 2

Vivió veintiséis años en Siberia; los cabellos se le tornaron blancos como la nieve y le creció una larga barba, rala y canosa. Su alegría se disipó por completo. Andaba lentamente y muy encorvado; y hablaba poco. Nunca reía, y, a menudo, rogaba a Dios.

En el cautiverio aprendió a hacer botas: y, con el dinero que ganó en su nuevo oficio, compró el Libro de los mártires, que solía leer cuando había luz en su celda. Los días festivos iba a la iglesia de la prisión, leía el Libro de los apóstoles y cantaba en el coro. Su voz se había conservado bastante bien. Los jefes de la prisión querían a Aksenov por su carácter tranquilo. Sus compañeros lo llamaban «abuelito» y «hombre de Dios». Cuando querían pedir algo a los jefes, lo mandaban como representante y, si surgía alguna pelea entre ellos, acudían a él para que pusiera paz.

Aksenov no recibía cartas de su casa e ignoraba si su mujer y sus hijos vivían.
Un día trajeron a unos prisioneros nuevos a Siberia. Por la noche, todos se reunieron en torno a ellos y les preguntaron de dónde venían y cuál era el motivo de su condena. Aksenov acudió también junto a los nuevos prisioneros y, con la cabeza inclinada, escuchó lo que decían.
Uno de los recién llegados era un viejo, bien plantado, de unos sesenta años, que llevaba una barba corta entrecana. Contó por qué lo habían detenido.

-Amigos míos, me encuentro aquí sin haber cometido ningún delito. Un día desaté el caballo de un trineo y me acusaron de haberlo robado. Expliqué que había hecho aquello porque tenía prisa en llegar a determinado lugar. Además, el cochero era amigo mío. No creía haber hecho nada malo; sin embargo, me acusaron de robo. En cambio, las autoridades no saben dónde ni cuándo robé de verdad. Hace tiempo cometí un delito, por el que hubiera debido haber estado aquí. Pero ahora me han condenado injustamente.

-¿De dónde eres? -preguntó uno de los prisioneros.
-De la ciudad de Vladimir. Me dedicaba al comercio. Me llamo Makar Semionovich.
Aksenov preguntó levantando la cabeza:
-¿Has oído hablar allí de los Aksenov?
-¡Claro que sí! Es una familia acomodada, a pesar de que el padre está en Siberia. Debe ser un pecador como nosotros. Y tú, abuelo. ¿Por qué estás aquí?
A Aksenov no le gustaba hablar de su desgracia.
-Hace veinte años que estoy en Siberia a causa de mis pecados -dijo suspirando.
-¿Qué delito has cometido? -preguntó Makar Semionovich.
-Si estoy aquí, será que lo merezco -exclamó Aksenov, poniendo fin a la conversación.

Pero los prisioneros explicaron a Makar Semionovich por qué se encontraba Aksenov en Siberia; una vez que iba de viaje, alguien mató a un comerciante y escondió el cuchillo ensangrentado entre las cosas de Aksenov. Por ese motivo, lo habían condenado injustamente.

-¡Qué extraño! ¡Qué extraño! ¡Cómo has envejecido, abuelito! -exclamó Makar Semionovich, después de examinar a Aksenov; y le dio una palmada en las rodillas.

Todos le preguntaron de qué se asombraba y dónde había visto a Aksenov; pero Makar Semionovich se limitó a decir:
-Es extraño, amigos míos, que nos hayamos tenido que encontrar aquí.
Al oír las palabras de Makar Semionovich, Aksenov pensó que tal vez supiera quién había matado al comerciante.
-Makar Semionovich: ¿has oído hablar de esto antes de venir aquí? ¿Me has visto en alguna parte? -preguntó.
-El mundo es un pañuelo y todo se sabe. Pero hace mucho tiempo que oí hablar de ello, y ya casi no me acuerdo.
-Tal vez sepas quién mató al comerciante.
-Sin duda ha sido aquel entre cuyas cosas encontraron el cuchillo -replicó Makar Semionovich, echándose a reír-. Incluso si alguien lo metió allí. Cómo no lo han cogido, no le consideran culpable. ¿Cómo iban a esconder el cuchillo en tu saco si lo tenías debajo de la cabeza? Lo habrías notado.

Cuando Aksenov oyó esto, pensó que aquel hombre era el criminal. Se puso en pie y se alejó. Aquella noche no pudo dormir. Le invadió una gran tristeza. Se representó a su mujer, tal como era cuando la acompañó, por última vez, a una feria. La veía como si estuviese ante él; veía su cara y sus ojos y oía sus palabras y su risa. Después se imaginó a sus hijos como eran entonces, pequeños aún, uno vestido con una chaqueta y el otro junto al pecho de su madre. Recordó los tiempos en que fuera joven y alegre; y el día en que hablaba sentado en el balcón de la posada, tocando la guitarra, y vinieron a detenerle. Recordó cómo lo azotaron y le pareció volver a ver al verdugo, a la gente que estaba alrededor, a los presos... Se le representó toda su vida durante aquellos veintiséis años hasta llegar a viejo. Fue tal su desesperación, al pensar en todo esto, que estuvo a punto de poner fin a su vida.

«Todo lo que me ha ocurrido ha sido por este malhechor», pensó.
Sintió una ira invencible contra Makar Semionovich y quiso vengarse de él, aunque esta venganza le costase la vida. Pasó toda la noche rezando, pero no logró tranquilizarse. Al día siguiente, no se acercó para nada a Makar Semionovich, y procuró no mirarlo siquiera.
Así transcurrieron dos semanas. Aksenov no podía dormir y era tan grande su desesperación, que no sabía qué hacer.

Una noche empezó a pasear por la sala. De pronto vio que caía tierra debajo de un catre. Se detuvo para ver qué era aquello. Súbitamente, Makar Semionovich salió de debajo del catre y miró a Aksenov con expresión de susto. Éste quiso alejarse; pero Makar Semionovich, cogiéndole de la mano, le contó que había socavado un paso debajo de los muros y que todos los días, cuando lo llevaban a trabajar, sacaba la tierra metida en las botas.

-Si me guardas el secreto, abuelo, te ayudaré a huir. Si me denuncias, me azotarán; pero tampoco te vas a librar tú, porque te mataré.

Viendo ante sí al hombre que le había hecho tanto daño, Aksenov tembló de pies a cabeza. Invadido por la ira, se soltó de un tirón y exclamó.

-No tengo por qué huir, ni tampoco tienes por qué matarme; hace mucho que lo hiciste. Y en cuanto a lo que preparas, lo diré o no lo diré, según Dios me de a entender.

Al día siguiente, cuando sacaron a los presos a trabajar, los soldados se dieron cuenta de que Makar Semionovich llevaba tierra en las cañas de las botas. Después de una serie de búsquedas, encontraron el subterráneo que había hecho. Llegó el jefe de la prisión para interrogar a los presos. Todos se negaron a hablar. Los que sabían que era Makar Semionovich, no lo delataron, porque les constaba que lo azotarían hasta dejarlo medio muerto. Entonces, el jefe de la prisión se dirigió a Aksenov. Sabía que era veraz.

-Abuelo, tú eres un hombre justo. Dime quién ha cavado el subterráneo, como si estuvieras ante Dios.
Makar Semionovich miraba el jefe de la prisión como si tal cosa; no se volvió siquiera hacia Aksenov. A éste le temblaron las manos y los labios. Durante largo rato no pudo pronunciar ni una sola palabra, «¿Por qué no delatarle cuando él me ha perdido? Que pague por todo lo que me ha hecho sufrir. Pero si lo delato, lo azotarán. ¿Y si lo acuso injustamente? Además, ¿acaso eso aliviaría mi situación?», pensó.

-Anda viejo, dime la verdad: ¿quién ha hecho el subterráneo? -preguntó, de nuevo, el jefe.
-No puedo, excelencia -replicó Aksenov, después de mirar a Makar Semionovich-. Dios no quiere que lo diga; y no lo haré. Puede hacer conmigo lo que quiera. Usted es quien manda.
A pesar de las reiteradas insistencias del jefe, Aksenov no dijo nada más. Y no se enteraron de quién había cavado el subterráneo.

A la noche siguiente, cuando Aksenov se acostó, apenas se hubo dormido, oyó que alguien se había acercado, sentándose a sus pies. Miró y reconoció a Makar Semionovich.
-¿Qué más quieres? ¿Para qué has venido? -exclamó.
Makar Semionovich guardaba silencio.

-¿Qué quieres? ¡Lárgate! Si no te vas, llamaré al soldado -insistió Aksenov, incorporándose.
Makar Semionovich se acerco a Aksenov; y le dijo, en un susurro:
-¡Iván Dimitrievich, perdóname!
-¿Qué tengo que perdonarte?

-Fui yo quien mató al comerciante y quien metió el cuchillo entre tus cosas. Iba a matarte a ti también; pero oí ruido fuera. Entonces oculté el cuchillo en tu saco; y salí por la ventana.
Aksenov no supo qué decir. Makar Semionovich se puso en pie e, inclinándose hasta tocar el suelo, exclamó:

-Iván Dimitrievich, perdóname, ¡perdóname, por Dios! Confesaré que maté al comerciante y te pondrán en libertad. Podrás volver a tu casa.
-¡Qué fácil es hablar! ¿Dónde quieres que vaya ahora?... Mi mujer ha muerto, probablemente; y mis hijos me habrán olvidado... No tengo adónde ir...

Sin cambiar de postura, Makar Semionovich golpeaba el suelo con la cabeza repitiendo:
-Iván Dimitrievich, perdóname. Me fue más fácil soportar los azotes, cuando me pegaron, que mirarte en este momento. Por si es poco, te apiadaste de mí y no me has delatado. ¡Perdóname en nombre de Cristo! Perdóname a mí, que soy un malhechor.

Makar Semionovich se echó a llorar. Al oír sus sollozos, también Aksenov se deshizo en lágrimas.
-Dios te perdonará; tal vez yo sea cien veces peor que tú -dijo.

Repentinamente un gran bienestar invadió su alma. Dejó de añorar su casa. Ya no sentía deseos de salir de la prisión; sólo esperaba que llegase su último momento.

Makar Semionovich no hizo caso a Aksenov y confesó su crimen. Pero cuando llegó la orden de libertad, Aksenov había muerto ya.

León Tolstoi

viernes, septiembre 22, 2006

Dios ve la verdad pero no la dice cuando quiere

Parte 1

En la ciudad de Vladimir vivía un joven comerciante, llamado Aksenov. Tenía tres tiendas y una casa. Era un hombre apuesto, de cabellos rizados. Tenía un carácter muy alegre y se le consideraba como el primer cantor de la ciudad. En sus años mozos había bebido mucho, y cuando se emborrachaba, solía alborotar. Pero desde que se había casado, no bebía casi nunca y era muy raro verlo borracho.

Un día, Aksenov iba a ir a una fiesta de Nijni. Al despedirse de su mujer, ésta le dijo:

-Ivan Dimitrievich: no vayas. He tenido un mal sueño relacionado contigo.
-¿Es que temes que me vaya de juerga? -replicó Aksenov, echándose a reír.
-No sé lo que temo. Pero he tenido un mal sueño. Soñé que venías de la ciudad; y, en cuanto te quitaste el gorro, vi que tenías el pelo blanco.
-Eso significa abundancia. Si logro hacer un buen negocio, te traeré buenos regalos.

Tras de esto, Aksenov se despidió de su familia y se fue.
Cuando hubo recorrido la mitad del camino se encontró con un comerciante conocido, y ambos se detuvieron para pernoctar. Después de tomar el té, fueron a acostarse, en dos habitaciones contiguas. Aksenov no solía dormir mucho; se despertó cuando aún era de noche y, para hacer el viaje con la fresca, llamó al cochero y le ordenó enganchar los caballos. Después, arregló las cuentas con el posadero y se fue.

Ya había dejado atrás cuarenta verstas, cuando se detuvo para dar pienso a los caballos; descansó un rato en el zaguán de la posada y, a la hora de comer, pidió un samovar. Luego sacó la guitarra y empezó a tocar. Pero de pronto llegó un troika con cascabeles. Se apearon de ella dos soldados y un oficial, que se acercó a Aksenov y le preguntó quién era y de dónde venía. Este respondió la verdad a todas las preguntas, y hasta invitó a su interlocutor a tomar una taza de té. Pero él continuó haciendo preguntas. ¿Dónde había pasado aquella noche? ¿Había dormido solo o con algún compañero? ¿Había visto a éste de madrugada? ¿Por qué se había marchado tan temprano de la posada? Aksenov se sorprendió de que le preguntan todo aquello.

-¿Por qué me interroga? -inquirió a su vez-. No soy ningún ladrón, ni tampoco un bandido. Mi viaje se debe a unos asuntos particulares.

-Soy jefe de policía y te pregunto todo esto porque encontraron degollado al comerciante con el que pasaste la noche -replicó el oficial-: quiero ver tus cosas -añadió después de llamar a los soldados y de ordenarles que lo registraran de arriba abajo.

Entraron en la posada y revolvieron las cosas de la maleta y del saco de viaje de Aksenov. De pronto, el jefe de policía encontró un cuchillo en el saco.
-¿De quién es esto? -exclamó.

Aksenov se horrorizó al ver que habían sacado un cuchillo ensangrentado de sus cosas.
-¿Por qué está manchado de sangre? -preguntó el jefe de policía.
Aksenov apenas pudo balbucir lo siguiente:
-Yo... yo no sé... yo... este cu... no es mío...

-De madrugada han encontrado al comerciante, degollado en su cama. La pieza donde ustedes pernoctaron estaba cerrada por dentro y nadie ha entrado en ella, salvo ustedes dos. Este cuchillo ensangrentado estaba entre tus cosas y, además, por tu cara, se ve que eres culpable. Dime cómo lo has matado y qué cantidad de dinero le quitaste.

Aksenov juró que no había cometido ese crimen; que no había vuelto a ver al comerciante, después de haber tomado el té con él: que los ocho mil rublos que llevaba eran de su propiedad y que el cuchillo no le pertenecía. Pero, al decir esto, se le quebraba la voz, estaba pálido y temblaba, de pies a cabeza, como un culpable.

El jefe de policía ordenó a los soldados que ataran a Aksenov y lo llevaran a la troika. Cuando lo arrojaron en el vehículo con los pies atados, se persignó y se echó a llorar. Le quitaron todas las cosas y el dinero, y lo encerraron en la cárcel de la ciudad más cercana. Pidieron informes de Aksenov en la ciudad de Vladimir. Tanto los comerciantes, como la demás gente de la ciudad, dijeron que, aunque de mozo se había dado a la bebida, era un hombre bueno. Juzgaron a Aksenov por haber matado a un comerciante de Riazan y por haberle robado veinte mil rublos.

Su mujer estaba preocupadísima y no sabía ni qué pensar. Sus hijos eran de corta edad, y el más pequeño, de pecho. Se dirigió con todos ellos a la ciudad en que Aksenov se hallaba detenido. Al principio, no le permitieron verlo; pero, tras muchas súplicas, los jefes de la prisión lo llevaron a su presencia. Al verlo vestido de presidiario y encadenado, la pobre mujer se desplomó y tardó mucho en recobrarse. Después, con los niños en torno suyo, se sentó junto a él, lo puso al tanto de los pormenores de la casa y le hizo algunas preguntas. Aksenov relató a su vez, con todo detalle, lo que le había ocurrido.

-¿Qué pasará ahora? -preguntó la mujer.

-Hay que pedir clemencia al zar. No es posible que perezca un hombre inocente.

La mujer le explicó que había hecho una instancia; pero que no había llegado a manos del zar.
-No en vano soñé que se te había vuelto el pelo blanco, ¿te acuerdas? Has encanecido de verdad. No debiste hacer ese viaje -exclamó ella; y, luego, acariciando la cabeza de su marido, añadió-: Mi querido Vania, dime la verdad, ¿fuiste tú?

-¿Eres capaz de pensar que he sido yo? -exclamó Aksenov; y, cubriéndose la cara con las manos, rompió a llorar.

Al cabo de un rato, un soldado ordenó a la mujer y a los hijos de Aksenov que se fueran. Esta fue la última vez que Aksenov vio a su familia.

Posteriormente, recordó la conversación que había sostenido con su mujer y que también ella había sospechado de él, y se dijo: «Por lo visto, nadie, excepto Dios, puede saber la verdad. Sólo a Él hay que rogarle y sólo de Él esperar misericordia». Desde entonces, dejó de presentar solicitudes y de tener esperanzas. Se limitó a rogar a Dios.

Lo condenaron a ser azotado y a trabajos forzados. Cuando le cicatrizaron las heridas de la paliza, fue deportado a Siberia en compañía de otros presos.

jueves, marzo 09, 2006

Nuestra Naturaleza

El origen del mal
León Tolstoi

En medio de un bosque vivía un ermitaño, sin temer a las fieras que allí moraban. Es más, por concesión divina o por tratarlas continuamente, el santo varón entendía el lenguaje de las fieras y hasta podía conversar con ellas.
En una ocasión en que el ermitaño descansaba debajo de un árbol, se cobijaron allí, para pasar la noche, un cuervo, un palomo, un ciervo y una serpiente. A falta de otra cosa para hacer y con el fin de pasar el rato, empezaron a discutir sobre el origen del mal.
-El mal procede del hambre -declaró el cuervo, que fue el primero en abordar el tema-. Cuando uno come hasta hartarse, se posa en una rama, grazna todo lo que le viene en gana y las cosas se le antojan de color de rosa. Pero, amigos, si durante días no se prueba bocado, cambia la situación y ya no parece tan divertida ni tan hermosa la naturaleza. ¡Qué desasosiego! ¡Qué intranquilidad siente uno! Es imposible tener un momento de descanso. Y si vislumbro un buen pedazo de carne, me abalanzo sobre él, ciegamente. Ni palos ni piedras, ni lobos enfurecidos serían capaces de hacerme soltar la presa. ¡Cuántos perecemos como víctimas del hambre! No cabe duda de que el hambre es el origen del mal.
El palomo se creyó obligado a intervenir, apenas el cuervo hubo cerrado el pico.
-Opino que el mal no proviene del hambre, sino del amor. Si viviéramos solos, sin hembras, sobrellevaríamos las penas. Más ¡ay!, vivimos en pareja y amamos tanto a nuestra compañera que no hallamos un minuto de sosiego, siempre pensando en ella "¿Habrá comido?", nos preguntamos. "¿Tendrá bastante abrigo?" Y cuando se aleja un poco de nuestro lado, nos sentimos como perdidos y nos tortura la idea de que un gavilán la haya despedazado o de que el hombre la haya hecho prisionera. Empezamos a buscarla por doquier, con loco afán; y, a veces, corremos hacia la muerte, pereciendo entre las garras de las aves de rapiña o en las mallas de una red. Y si la compañera desaparece, uno no come ni bebe; no hace más que buscarla y llorar. ¡Cuántos mueren así entre nosotros! Ya ven que todo el mal proviene del amor, y no del hambre.
-No; el mal no viene ni del hambre ni del amor -arguyó la serpiente-. El mal viene de la ira. Si viviésemos tranquilos, si no buscásemos pendencia, entonces todo iría bien. Pero, cuando algo se arregla de modo distinto a como quisiéramos, nos arrebatamos y todo nos ofusca. Sólo pensamos en una cosa: descargar nuestra ira en el primero que encontramos. Entonces, como locos, lanzamos silbidos y nos retorcemos, tratando de morder a alguien. En tales momentos, no se tiene piedad de nadie; mordería uno a su propio padre o a su propia madre; podríamos comernos a nosotros mismos; y el furor acaba por perdernos. Sin duda alguna, todo el mal viene de la ira.
El ciervo no fue de este parecer.
-No; no es de la ira ni del amor ni del hambre de donde procede el mal, sino del miedo. Si fuera posible no sentir miedo, todo marcharía bien. Nuestras patas son ligeras para la carrera y nuestro cuerpo vigoroso. Podemos defendernos de un animal pequeño, con nuestros cuernos, y la huida nos preserva de los grandes. Pero es imposible no sentir miedo. Apenas cruje una rama en el bosque o se mueve una hoja, temblamos de terror. El corazón palpita, como si fuera a salirse del pecho, y echamos a correr. Otras veces, una liebre que pasa, un pájaro que agita las alas o una ramita que cae, nos hace creer que nos persigue una fiera; y salimos disparados, tal vez hacia el lugar del peligro. A veces, para esquivar a un perro, vamos a dar con el cazador; otras, enloquecidos de pánico, corremos sin rumbo y caemos por un precipicio, donde nos espera la muerte. Dormimos preparados para echar a correr; siempre estamos alerta, siempre llenos de terror. No hay modo de disfrutar de un poco de tranquilidad. De ahí deduzco que el origen del mal está en el miedo.
Finalmente intervino el ermitaño y dijo lo siguiente:
-No es el hambre, el amor, la ira ni el miedo, la fuente de nuestros males, sino nuestra propia naturaleza. Ella es la que engendra el hambre, el amor, la ira y el miedo.

viernes, febrero 03, 2006

Mis 5 hábitos extraños

Mi hermana Myrna me ha invitado a ser parte de esta cadena, en donde voluntariamente obligatoria tendré que compartir 5 hábitos extraños. Por mi parte no creo que sean tanto como hábitos, sino manias que tenemos, pero aun así aqui esta:



  • Cada jugador debe publicar un mensaje con el título "mis 5 extraños hábitos".
  • Todas las personas que sean invitadas a jugar también indicarán claramente el reglamento.
  • Finalmente, cada participante escogerá a otras 5 personas (añadiendo el link a sus blogs) para que se unan al juego.
  • Deben dejar un comentario a esas 5 personas diciéndoles: ''Has sido elegido'' invitándolos a tu blog a ver de que se trata.

Una vez que son de su conocimento estas reglas, es tiempo de proseguir.


Hábito número uno:
La colcha o edredon de mi cama no puede ser retirado de la cama, debe ser doblado de forma específica, primero a lo largo y después en tres a lo ancho, para que quede un rectángulo del tamaño del ancho de mi cama.

Hábito número dos:
Este es un hábito 100% heredado de mi abuelita, por ningun motivo se debe dormir o sentarse en la colcha; si deseo tomar una siesta, o sentarme en mi cama primero se debe, ya sea quitar o levantar la colcha


Hábito número tres:
Las envolturas de los dulces las doblo antes de tirarlas, de forma muy especifica; por ejemplo, las envolturas de los chicles se doblan el cuatro.

Hábito número cuatro:
Cuando cuelgo la ropa, esta debe de mirar para el mismo lado, los frentes viendo a la derecha y las espaldas viendo a la izquierda

Hábito número cinco:

Tengo la costumbre de guardar los ganchos de la ropa vacios en mi closet, es decir cuando me dan la ropa limpia en un nuevo gancho el anterior no lo saco del closet, asi que los acumulo hasta que son suficientes y los llevo donde se guardan.

Y ahora, los elegidos para continuar con esta cadena son:

AdRi Mi mejor amiga

AlVaRo Un super amigo

CrIsTa La matematica

DaNy La rommie de Adri

MaRiAnA Otra super amiga

RoChY

jueves, enero 19, 2006

Un Reconocimento especial

Eduardo Mata


Nació en la Ciudad de México. Desde muy joven inició su formación artística. Realizó estudios en el Conservatorio Nacional de Música; tuvo su primera aparición en público a la edad de 16 años junto al tenor Plácido Domingo. Alumno del famoso compositor Carlos Chávez, compuso varias sonatas y sinfonías, así como arreglos musicales y suites. Miembro del Colegio Nacional desde 1984, es considerado como uno de los mejores compositores mexicanos de este siglo. Durante dos décadas dirigió diversas orquestas sinfónicas de Estados Unidos y Europa, donde demostró su gran talento musical. En nuestro país no se le supo apreciar, ya que dirigiendo la Orquesta Sinfónica Nacional, elevó enormemente la calidad de esta agrupación y a pesar de que los propios músicos y el público pedían que continuara al frente, pudo más la burocracia del INBA y tuvo que emigrar.

Murió en un accidente de aviación cuando venía de visita a nuestro país, siendo director emérito de la Orquesta Sinfónica de Dallas.


Premio internacional para la dirección de orquesta
Como un homenaje póstumo a Eduardo Mata se formó en Oaxaca la asociación civil llamada Instrumenta, presidida por Ignacio Toscano, ex director del INBA quien, junto con la dirección de música de la UNAM, el FONCA y la SRE ha organizado la primera de sus actividades lanzando al aire el premio internacional «Eduardo Mata» para la dirección de orquesta de jóvenes directores.

PREMIO INTERNACIONAL EDUARDO MATA

El segundo Premio Internacional Eduardo Mata de Dirección de Orquesta convocó a un total de 92 participantes –12 de ellos mujeres— de 33 países distintos países: España, Colombia, Austria, Estados Unidos, Japón, Corea, Rusia, Argentina, México, entre otros.

La convocatoria al premio fue cerrada el 15 de junio y las pruebas eliminatorias del premio se realizarán del 8 al 13 de noviembre de 2005, impulsado por el evento académico Instrumenta Oaxaca Verano 2005.

En la emisión anterior, el polaco Tomas Golka, de 28 años de edad fue el ganador. En esta ocasión, la calidad y maestría de los miembros del jurado, presidido por el finlandés Jorma Panula, avalará el fallo a lado de Zuohuang Chen (China), actual director titular de la Orquesta Filarmónica de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM); Carlos Miguel Prieto (México), considerado uno de los directores jóvenes más interesantes y versátiles de la actualidad; Jorge Rotter (Argentina) quien desde 1968 hasta 1976 fue director titular de la Orquesta Sinfónica de Rosario y actualmente es catedrático de la Universidad Mozarteum de Salzburgo y director de su orquesta sinfónica; además de Cecilia Rydinger Alin (Suecia) quien en 1991 ganó el primer premio del concurso de dirección de la ópera Real Sueca.
El 13 de noviembre, durante un emotivo concierto en la Sala Nezahualcóyotl del Centro Cultural Universitario, se dio a conocer el nombre del ganador del Premio Internacional Eduardo Mata de Dirección de Orquesta para esta edición (la segunda), el francés Sylavain Gasançon; tras una fuerte disputa entre el español Carlos Domínguez Nieto, de Austria el maestro Ching-Ming Lu y de Francia el joven de 26 años Sylavain Gasançon.
Es para nosotros, los mexicanos, que en nuestro país se realicen actividades culturales de tan alto nivel, y con personas tan reconocidas en el medio; un premio de esta naturaleza debe ser promovido por los medios, y respetado por todos

martes, enero 17, 2006

Cuando el tiempo se hace nada

El tiempo pasa como un segundo, y cada segundo parece una eternidad.
Para nosotros el tiempo puede parecer eterno, o un simple instante; pero ¿qué es el tiempo para el universo? Nuestra vida a de parecer un suspiro, y la vida de la tierra un instante. Es por ello que los científicos ahora no solo se conforman con contar el tiempo en miles de millones de años, como sucede al hablar sobre la vida de la tierra, ahora para ellos el tiempo en el universo se cuenta en gogle de años (no se si es la manera correcta de escribirlo), es decir un uno con mas ceros de los que uno se podría imaginar (mas de 100 ceros).

Todo esto nos pone a pensar que nuestra vida es un instante para el universo, pero ese instante prestado para nosotros hay que vivirlo como si fuera una eternidad

jueves, enero 12, 2006

Cuando los recuerdos cambian

Las ciudades y los cambios
Italo Calvino

A ochenta millas de proa al viento rnaestral el hombre llega a la ciudad de Eufamia. donde los mercaderes de siete naciones se reúnen en cada solsticio y en cada equinoccio. La barca que fondea con una carga de jengibre y algodón en rama volverá a zarpar con la estiba llena de pistacho y semilla de amapola, y la caravana que acaba de descargar costales de nuez moscada y de pasas de uva ya lía sus enjalmas para la vuelta con rollos de muselina dorada. Pero lo que impulsa a remontar ríos y atravesar desiertos para venir hasta aquí no es sólo el trueque de mercancías que encuentras siempre iguales en todos los bazares dentro y fuera del imperio del Gran Kan, desparramadas a tus pies en las mismas esteras amarillas, a la sombra de los mismos toldos espantamoscas, ofrecidas con las mismas engañosas rebajas de precio. No sólo a vender y a comprar se viene a Eufamia sino también porque de noche junto a las hogueras que rodean el mercado, sentados sobre sacos o barriles o tendidos en montones de alfombras, a cada palabra que uno dice -como «lobo», «hermana», «tesoro escondido», «batalla», «sarna», «amantes»- los otros cuentan cada uno su historia de lobos, de hermanas, de tesoros, de sarna, de amantes, de batallas. Y tú sabes que en el largo viaje que te espera, cuando para permanecer despierto en el balanceo del camello o del junco se empiezan a evocar todos los recuerdos propios uno por uno, tu lobo se habrá convertido en otro lobo, tu hermana en una hermana diferente, tu batalla en otra batalla, al regresar de Eufamia, la ciudad donde se cambia la memoria en cada solsticio y en cada equinoccio.